sábado, 23 de abril de 2011

CRÍTICA LITERARIA EN SUPLEMENTO ADN DE LA NACIÓN DEL LIBRO "LOS LLAMAN... JÓVENES IDEALISTAS" DE VICTORIA VILLARRUEL

Minucioso documento 
Los llaman... "jóvenes idealistas"
Por Victoria Villarruel
Celtyv
325 páginas 
Por Carlos Manfroni 


Este libro "Los llaman... "jóvenes idealistas" , tiene el mérito de combinar una narración ágil y generosamente ilustrada del desarrollo de la guerrilla de los años 70, con la selección de pruebas irrefutables de los crímenes cometidos por las principales organizaciones terroristas en la Argentina: el Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros.

El método de redacción y diseño escogido, consistente en descripciones breves y precisas, acompañadas de fotografías, facsímiles de diarios de la época, panfletos y organigramas, en una impresión de gran calidad, arroja como resultado una obra apta para un muy amplio rango de potenciales lectores.

Respecto de la irrebatibilidad de la información, basta con decir que ella está sustentada por las mejores pruebas, que -en su mayor parte- son las aseveraciones de los propios autores de los crímenes y sus cómplices, redactadas morbosa y jactanciosamente en sus libros y proclamas, cuando todavía ni siquiera asomaba la perspectiva -aún difícil, pero no imposible- de juzgar esos actos como delitos de lesa humanidad.

La autora comienza su descripción con una apretada síntesis del pensamiento de los ideólogos universales de la revolución y la lucha de clases, pero únicamente al efecto de brindar al público en general un dato más, en este caso, las raíces intelectuales sobre las que se desarrollaron en la Argentina las organizaciones guerrilleras.

Pero el corazón del texto reside, sin duda, en la documentación de los atentados: ataques a cuarteles mediante cuadros militares jerarquizados de la guerrilla, provistos de todo tipo de armamento y entrenados durante años, algunos en Cuba; homicidio de civiles y militares desarmados y sus familias, incluyendo niños asesinados deliberadamente y no como "víctimas colaterales", como hoy pretende la explicación oficial; voladuras de edificios, automóviles y aeronaves; secuestro de empresarios y diplomáticos nacionales y extranjeros y una larga lista de actos que encuadran perfectamente en los precedentes utilizados por el derecho internacional para caracterizar las violaciones imprescriptibles a los derechos humanos.

El libro de Victoria Villarruel, apoyado por el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), concluye con una sobria pero firme denuncia de la impunidad de la que hasta ahora gozan los autores de tales aberraciones, al amparo de las presiones que se ejercen ya sin disimulo desde el poder político sobre la Justicia, como lo reflejan las propias noticias de los diarios.

Además del uso que de esta obra puedan hacer estudiantes secundarios y universitarios, profesores e investigadores académicos, su contenido resultará muy útil a los futuros jueces, para la etapa que la propia autora ha identificado en el título de uno de sus capítulos: "El día después". Václav Havel decía que apenas se abre una grieta en la pesada estructura de la mentira, todo el edificio se resquebraja en beneficio de la vida en la verdad. Obras como ésta constituyen, sin duda, las primeras grietas.


COLUMNA DE OPINIÓN EN EL DIARIO PERFIL

LAS PLACAS DE LA IMPUNIDAD

Por Victoria Villarruel *
Para Diario PERFIL


El 23 de diciembre se cumplieron 34 años del ataque al Batallón Depósito de Arsenales “Domingo Viejobueno” de Monte Chingolo, por terroristas del ERP – Ejército Revolucionario del Pueblo.  Este gravísimo hecho, ocurrido durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón, fue uno de los miles que protagonizaron las organizaciones armadas en los 70.  Ese día más de 200 combatientes del ERP, pusieron bombas en la vía pública, robaron autos, incendiaron colectivos, crearon barricadas para impedir el paso de las fuerzas policiales y bloquearon 9 puentes, para finalmente ingresar al batallón con la intención de robar el armamento que éste contenía. Esta acción terrorista desarrollada en el conurbano bonaerense, produjo víctimas mortales, heridos, ciudadanos que sufrieron las pérdidas de sus bienes y la prueba de que las organizaciones terroristas atacaban unidades militares en zonas densamente pobladas, en aras de sus objetivos políticos.

En 2007, el ex Presidente Kirchner, inauguró el Parque de la Memoria, donde fueron recordados los nombres de quienes sufrieron abusos por parte del Estado.  Allí también fueron incluídos 52 nombres correspondientes a combatientes del ERP que murieron en combate durante el ataque al Batallón de Monte Chingolo.

Por ello, el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas - CELTYV, presentó en diciembre pasado, un escrito ante el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri y la Directora Ejecutiva del Instituto Espacio para la Memoria, Ana María Careaga, solicitando la remoción en el Parque de la Memoria de las 52 placas con los nombres de esos terroristas, incluídos como víctimas dentro de este Monumento.

La presentación firmada por la presidente de CELTYV, detalla los nombres que hoy figuran en la nómina de personas que se recuerdan en el Parque de la Memoria, el cual brinda homenaje según reza la placa principal “… a los que murieron combatiendo por los mismos ideales de Justicia y Equidad”.

La presentación expresa que “sostener que quienes resultaron muertos mientras atacaban una institución de la Nación, por su propia iniciativa y durante un gobierno democrático, murieron combatiendo “por ideales de justicia y equidad” es una inmoralidad, un agravio a la Constitución Nacional y una contradicción con el repudio que el monumento pretende demostrar frente a una interrupción del orden constitucional.  (…) Afirmar este criterio implica que cualquiera que se alce en armas contra un gobierno constitucional puede alegar las mismas motivaciones y ser acreedor a un monumento, dependiendo de cuál sea la ideología de quienes encargan su construcción”.

La temeridad de este concepto, se torna más grave aún, cuando de estas acciones violentas resultan víctimas que aún hoy no cuentan con el reconocimiento del Estado.  Seres humanos que sufrieron agresiones a su integridad física y psíquica y que hoy ven homenajeados en el mármol, los nombres de sus victimarios y la tergiversación de los verdaderos objetivos que esta organización armada tuvo al perpetrar los crímenes. 

Con el ataque a esta unidad militar, el ERP pretendió impresionar a la población civil exhibiendo gran capacidad militar y de esta manera forzar al gobierno de Martínez de Perón a tomar determinadas decisiones políticas. 

CELTYV nuclea a las víctimas del terrorismo y considera fundamental que desde el Estado no se erija como héroes a personas que murieron atacando la democracia y responsables de atentados terroristas que ocasionaron más de 15.000 víctimas como lo descubre la investigación histórica, que este Centro encabeza.  El rol del Estado es proteger a la población civil ante agresiones atroces como las que el terrorismo comete, por ello, que los nombres de miembros de organizaciones terroristas estén en un Memorial, no solo es una afrenta para todas las víctimas del terrorismo, sino que implica una apología del terrorismo. Después de 26 años de democracia, las víctimas y la sociedad siguen esperando Justicia y Verdad.


* La autora es abogada y preside el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas

Publicado en la edición impresa del 24 de enero de 2010.

miércoles, 20 de abril de 2011

COLUMNA DE OPINIÓN EN EL DIARIO EXPRESO DE PERÚ

3 de enero de 2010

MUSEOS SIN MEMORIA

Victoria Villarruel para El Expreso


Las víctimas del terrorismo, como todos aquellos que han sufrido graves violaciones a sus derechos humanos, poseen derechos que deben ser garantizados en su ejercicio por el Estado.

El Derecho a la Verdad es uno de ellos, el cual no se trata solamente de un derecho individual que toda víctima o sus parientes pueden ejercer, sino que también es un derecho colectivo que tiene su origen en la historia, para evitar que en el futuro las violaciones se reproduzcan (1).  Representa la prerrogativa de la sociedad de compartir el dolor de las víctimas, saber quiénes fueron los responsables de los crímenes terroristas y conocer la historia de su país sin parcialidad ni garantías de impunidad.

Una de las formas de documentar los hechos es hacerlo a través de los Museos de la Memoria, como popularmente se conoce a estos sitios para generar consciencia colectiva sobre una agresión generalizada contra la sociedad. Allí deberían plasmarse los testimonios de las víctimas, la existencia de los responsables y el entorno histórico de la época.

Sin embargo, la experiencia de los Museos de la Memoria en la región, no ha respetado la objetividad ni la totalidad de los procesos históricos vividos.Un caso tipo, es el de Argentina, donde se han creado varios Museos de la Memoria, pero allí se encuentran únicamente representadas aquellas personas que sufrieron abusos del Estado. Nada se menciona de las más de 15.000 víctimas del terrorismo que aún esperan Justicia, ni de los 21.600 atentados terroristas cometidos durante 10 años, tanto en gobiernos democráticos como de facto.  Solo existe la construcción de una memoria acomodada a la versión ofrecida por los integrantes de las organizaciones armadas que agredieron a la población, mediante la comisión de aberrantes crímenes terroristas.  Esta situación se repite en otros países, donde no se incluye la voz de las víctimas ni se las hace partícipes de las decisiones o de las Comisiones que los crean, a pesar de ser las principales afectadas por los crímenes de lesa humanidad, por estar indefensas y ser atacadas con alevosía.  Los gobiernos democráticos deben proteger los derechos de la población civil.

Por ello, ante el debate generado en Perú por la futura creación de un Museo de la Memoria, creemos fundamental brindar una visión completa de la historia reciente, donde las víctimas ocupen el sitial de privilegio para transmitirle a las nuevas generaciones que el terrorismo no es una elección para alcanzar el poder; no hacerlo sería escribir una elegía al terrorismo.


(1) M. Louis Joinet – Relator de la ONU.

La autora es Abogada y Presidente del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas de la República Argentina.

martes, 19 de abril de 2011

ENTREVISTA EN LA TELEVISIÓN DE ESPAÑA



El 11 de junio de 2009, fui entrevistada por el periodista español Federico Jiménez Losantos.   La entrevista comienza en el minuto 19.

ENTREVISTA EN EL DIARIO LA VANGUARDIA, DE BARCELONA

Villarruel: "En Argentina se ha borrado a las víctimas"

La presidenta del Centro de Estudios sobre el Terrorismo lleva seis años buceando en la memoria del terrorismo en Latinoamérica



Internacional | 13/06/2009   
SERGIO HEREDIA
Madrid

Victoria Villarruel (Buenos Aires, 1975) lleva seis años buceando en la memoria del terrorismo en Latinoamérica. En su inmersión, se ha remitido hasta los años setenta, los tiempos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros, las organizaciones armadas más significativas en una Argentina convulsa. Su organismo, el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), ha rascado en hemerotecas, ha entrevistado a cientos de víctimas y ha cruzado miles de datos documentales. Su conclusión es sangrante. “Se ha borrado la memoria de cerca de 13.000 víctimas”, dice.

 

Las víctimas ¿siguen siendo las grandes olvidadas?
Argentina, Chile, Perú y Uruguay no las reconocen. Entre las víctimas hay parapléjicos. Nadie les ha conseguido una silla de ruedas. Cuando se celebra un juicio contra el terrorismo de aquellos años, el Estado niega los hechos. Es algo impensable en España.

¿…?
España es un país muy avanzado. Sus leyes protegen a las víctimas. Nuestra situación es mucho más complicada. Necesitamos que la comunidad internacional nos reconozca.

¿Y no lo hace?
Algunos de aquellos terroristas son hoy funcionarios públicos. Me he cruzado con alguno en el metro, o paseando por la calle, o en una ciudad extranjera.

¿A qué capas han llegado?
Algunos tienen puestos en los gobiernos. Están en el poder judicial, legislativo y ejecutivo. Hay diplomáticos. Imagínese: el terrorista que puso una bomba hace treinta años ¿qué no hará si le dan el poder del Estado? Y ante eso, nosotros, como ciudadanos comunes, ¿qué podemos hacer?

Las víctimas ¿cómo viven esa realidad?
Se les ha borrado, son desaparecidos en la historia. Son miles de personas: hoy, nuestra ONG las cifra en 13.000. Pero estamos recopilando todos los datos hasta aquellos años setenta. Pronto llegaremos a las 15.000 víctimas. Algunas se han suicidado, o han desarrollado enfermedades como el cáncer, o depresiones.

¿Quiénes eran esas víctimas?
Civiles, empresarios, policías en sus casas, obreros, gente de derecha y de izquierda, católicos o judíos. Y también europeos, por el mero hecho de ser europeos.

Las actuaciones de los Montoneros o del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ¿son comparables a las de cualquier grupo terrorista actual?
Se les puede comparar a las FARC, en Colombia. Aunque nuestro proceso fue más corto. Aquellos actuaron con gran intensidad. Provocaron 21.000 atentados en diez años: son tres o cuatro atentados a diario. Así, era imposible vivir en paz. Y lo peor es que ninguno se ha arrepentido.

En su organización, ¿todos han sufrido algún atentado?
Mi familia sufrió agresiones terroristas. Nuestro vicepresidente es hijo del coronel Larrabure, que fue secuestrado, torturado durante un año y asesinado: fue el secuestro más largo de la historia argentina.



 

SENTENCIA CONTRA UN JUEZ

Victoria Villarruel
Para LA NACION

Martes 28 de abril de 2009 | Publicado en edición impresa
 
En la Argentina, hubo un tiempo en que las sentencias las impartían las organizaciones terroristas. Eran sentencias de muerte. El domingo 28 de abril de 1974, el brazo del terror bajó el martillo contra un juez de la Nación, Jorge Vicente Quiroga.

Ese día, quien había sido uno de los jueces de la Cámara Federal en lo Penal pagó con su vida haber juzgado, condenado o absuelto a los terroristas que agredían a la población civil en nombre de una lucha armada que ellos creían justa y necesaria. Quienes debían estar tras las rejas, gozaban de la libertad irrestricta que les había otorgado la amnistía concedida durante el gobierno del Dr. Cámpora, refrendada por quien en ese entonces era ministro del Interior y hoy procurador de la Nación, el Dr. Esteban Righi.

Quiroga caminaba hacia la casa de otro colega, con el cual irían juntos a la cancha a ver un partido de Boca. Pocos metros antes de llegar a destino, dos jóvenes en moto le dispararon y nueve balas impactaron en su cuerpo. Murió asesinado a los 48 años. Sus asesinos, integrantes del ERP 22 de Agosto, escaparon, pero sus nombres quedaron para siempre unidos al crimen: Marino Amador Fernández y Raúl Argemi.

El muerto había sido elegido por sus méritos para integrar la Cámara Federal en lo Penal, un plan innovador para la época, que se adelantó a España e Italia en el juzgamiento de ETA y las Brigadas Rojas. Significó una modernización del sistema, para poder juzgar con celeridad los actos terroristas. Esa Cámara tenía competencia para juzgar todos los delitos calificados como subversivos, garantizando la defensa del imputado. Así, el crimen del empresario italiano Oberdan Salustro pudo ser resuelto en 11 meses. La labor de los jueces no fue de persecución ideológica: la prueba es que no hubo una sola condena por la ley 17.401, de represión del comunismo. Los terroristas ni siquiera eran esposados, como detallaron las crónicas de la época.

Se podrá discutir la oportunidad de iniciar esta experiencia durante un gobierno de facto, pero es incontestable que se respetaron todas las garantías procesales durante el poco más de año y medio de trabajo y que, una vez dictada la amnistía, en mayo de 1973, todos los terroristas que habían sido condenados o estaban siendo procesados fueron liberados y retomaron el camino de las armas.

Los asesinos del juez Quiroga fueron juzgados y condenados a 18 años de cárcel, pero apenas cumplieron unos años. Los restantes miembros de la Cámara Federal en lo Penal sufrieron persecución y amenazas, lo cual provocó que se exiliaran. Al ser desarticulada la Cámara, los terroristas lograron uno de sus más preciados objetivos: la impunidad, porque ningún juez se atrevería en adelante a condenarlos. A 35 años del asesinato de este magistrado, observamos con preocupación que continúan impunes, libres entre los ciudadanos. Algunos ocupan cargos públicos.

El Poder Judicial sigue siendo presionado por algunos de los que en el pasado integraron estas organizaciones terroristas y que hoy, con la suma del poder público, amedrentan a todos los que no responden a su línea argumental en esta tragedia nacional. Otros, simpatizantes de las ideas mesiánicas de los terroristas, aportan su granito de arena a la disolución de uno de los pilares de la República: la independencia del Poder Judicial. Una muestra de la maquinaria creada para garantizar la impunidad de quienes atentaron contra las instituciones del Estado fue la Resolución 158/07, por la cual el procurador Righi ordenaba a los fiscales no considerar delitos de lesa humanidad los cometidos por integrantes de organizaciones armadas. Hoy, ante la decisión de la Cámara de Rosario en la causa Larrabure, Righi ha debido bajar los decibeles de una discusión en la que debería haberse excusado de participar, por ser parte interesada.

Treinta y cinco años después, los familiares de las víctimas del terrorismo continúan su lucha por el reconocimiento de sus derechos humanos. Temen al ver a algunos de los que los atacaron gozar de la inmunidad que les brindan sus cargos, y esperan que surjan jueces como Quiroga, que enfrenten la inmoralidad jurídica y política y que den testimonio de la valiosa función de un magistrado.


La autora preside el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas.

http://www.lanacion.com.ar/1122579-sentencia-contra-un-juez



CARTA DE LECTORES EN DIARIO LA NACIÓN

Martes 08 de abril de 2008 | Publicado en edición impresa


"¡Basta!"

Señor Director:

"Pasan los años, pero las conductas son las mismas.
"Por un lado, ciudadanos comunes, sin militancia política, reunidos para manifestar en la Plaza de Mayo, pidiéndole democráticamente a la Presidenta que revea las medidas tomadas contra el campo.
"Por el otro lado, ciudadanos que viven del Estado, con subsidios pagados por todos, que han hecho de la violencia la forma de reclamar por lo que creen son sus derechos.
"Estos argentinos denominados piqueteros, que muestran pertenencia ideológica con organizaciones armadas que en el pasado ensangrentaron el país, utilizan la violencia, el terror, el amedrentamiento, para acabar con las legítimas manifestaciones populares.
"Años atrás, en nombre de una revolución no querida, atacaron a la población en sus hogares, en sus escuelas, en sus trabajos; hoy, bajo la excusa de defender a la Presidenta, se sienten con el mismo derecho de ayer, de superar como una aplanadora a los ciudadanos que sólo con una cacerola y sus voces expresaron «¡basta!»."

Victoria Villarruel

http://www.lanacion.com.ar/1002249-cartas-de-lectores

EL CASO RUCCI Y LA IMPUNIDAD

Por Victoria Villarruel
Para LA NACION
Jueves 25 de septiembre de 2008 | Publicado en edición impresa
 
No creo que exista un solo argentino que no aborrezca la indignidad que simbolizan los que asesinan para hacer valer sus razones. José Ignacio Rucci , 29 de junio de 1972, revista Gente

Más de 20 balas atravesaron su cuerpo y alumbraron un mito llamado José Ignacio Rucci. A pesar de los 35 años que transcurrieron de su asesinato por terroristas de la organización Montoneros, a pesar del relato caprichoso que de la historia reciente de los argentinos se hace desde las estructuras oficiales, a pesar del interesado olvido en que parece haberlo sumergido un peronismo que reniega de Perón, la figura de este sindicalista crece día a día, trasciende las generaciones y comienza a ocupar un lugar que hasta hoy detentan muchos de sus victimarios.

La historia de este crimen impune se sitúa en la convulsionada década del 70, cuando Perón comienza a organizar su regreso definitivo al país y surgen las primeras diferencias importantes entre el viejo caudillo y Montoneros.

Era evidente que Perón no pretendía la misma revolución que promovían las organizaciones armadas, ni la lucha armada como método para obtenerla, y esto se hizo más claro a medida que se acercaba su retorno al país. Perón le quiso dar la oportunidad a Montoneros de abandonar la violencia e incorporarse al sistema. Ya no existían justificaciones para la vía armada, cuando Perón volvió al país. Sólo habrían de quedar fuera del mismo aquellos que, desde el trotskismo, se habían manifestado públicamente el 13 de abril de 1973, cuando ante un pedido de tregua del presidente Cámpora no tardaron en publicar un documento crítico que llevó por título: Respuesta del ERP al presidente Cámpora - El ERP no dejará de combatir.

Los trazos de la política de Perón comenzaron a vislumbrarse lentamente. Al movimiento obrero, que había sido soliviantado y dividido por el trotskismo y los gremios combativos, lo dejó en manos de José Ignacio Rucci, a quien le brindó todo su apoyo. Era también el encargado de implementar las políticas gremiales para llevar adelante el Pacto Social impulsado por Perón.

Naturalmente, los montoneros quedaron cercados por la política de Perón y la reacción fue inmediata, Firmenich planteó claramente su disidencia, al salir de una reunión en la casa de Gaspar Campos, diciendo: "El poder político brota de la boca del fusil. Si hemos llegado hasta aquí ha sido en gran medida porque tuvimos fusiles y los usamos; si abandonáramos las armas, retrocederíamos en las posiciones políticas", dijo. Luego agregó: "Nosotros tenemos que autocriticarnos, porque hemos hecho nuestro propio Perón más allá de lo que es realmente (…) lo que Perón define como socialismo nacional no es el socialismo sino el justicialismo (…) o sea que la ideología de Perón es contradictoria con la nuestra, porque nosotros somos socialistas".

Diecisiete días después de estas declaraciones Rucci fue asesinado. Firmenich había concurrido a la reunión con Perón sabiendo que la planificación del asesinato estaba en marcha. Se le atribuye a Osatinsky, llegado a Montoneros desde las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), la frase: "Hay que tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa"; ésa era la necesidad política de la organización para lograr condicionar el dialogo con éste.
Durante años Montoneros, que siempre se dijo peronista, no asumió su responsabilidad en el asesinato de Rucci. Era una práctica habitual evitar reconocer la autoría de un hecho, cuando éste no daba el rédito político esperado, e instalar una operación de desinformación. Sin embargo, las tardías palabras de un miembro del Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, Miguel Bonasso, confirmaron, en marzo de 1997, en una conferencia, "…en lugar de matar a Rucci deberíamos haber matado a López Rega", lo que era una verdad inocultable.

Con el transcurso del tiempo, las justificaciones por el asesinato de Rucci resultaron más elaboradas; en 2005, ante una pregunta de Felipe Pigna en Lo pasado pensado, Firmenich responsabilizó a Rucci de la masacre de Ezeiza: "Este es el sentir popular, el sentir de la militancia de la tendencia revolucionaria. Nuestra gente coreaba alegremente su futuro inminente. «Rucci traidor, te va a pasar lo mismo que a Vandor». Después de su muerte, en actos masivos, se coreaba, «Rucci traidor, saludos a Vandor» (…) Rucci era una avanzadilla del terrorismo de Estado".

Pese a las tibias autocríticas de los montoneros, el asesinato de Rucci para éstos fue una muerte justa, pues, como está escrito en el Manual de las milicias montoneras, publicado a mediados de 1975, "cada compañero debe tener en claro que, cuando ejerce la violencia, realiza un acto de justicia, ya que es justa la guerra revolucionaria que libra". Con este pensamiento los montoneros prácticamente no tenían limites con tal de alcanzar sus metas, todo les estaba permitido y justificado.

Las investigaciones periodísticas que han dado a luz los entretelones del asesinato vienen a llenar el vacío que dejó el Estado, al no cumplir con la obligación de satisfacer el derecho a la verdad, pues el conocimiento público de quiénes fueron los perpetradores y sus móviles políticos no fueron el resultado de un proceso judicial, un juicio por la verdad, o de la investigación de una comisión, sino el trabajo de almas inquietas por conocer la verdad. Sólo falta que los agentes del Estado decidan romper con la impunidad que gozan los terroristas y consagren el derecho a la justicia que asiste a las víctimas del terrorismo.
Así las cosas, para que pueda actuar la Justicia, el crimen de Rucci debe ser categorizado como crimen de lesa humanidad, dado que este tipo de delitos no prescriben con el paso del tiempo.

A pesar de lo dicho, la Corte Suprema, mediante la aplicación caprichosa de las normas internacionales, ha afirmado que los delitos de lesa humanidad sólo son cometidos por los agentes del Estado; creando con la violación de la ley positiva por parte de la Justicia, una discriminación en perjuicio de las víctimas del terrorismo, que no pueden acceder al goce de sus derechos humanos.

Es evidente que el ataque sufrido por Rucci fue parte de un plan sistemático de aniquilación dirigido contra la población civil: gremialistas y empresarios, entre otros. Todos grupos susceptibles de diferenciación, miembros de la población protegida, que fueron aterrorizados por la persecución que impusieron las organizaciones armadas.
La interpretación restrictiva de la Corte no hace otra cosa que consolidar la impunidad de los terroristas.

Las víctimas del terrorismo, además de haber sufrido la acción de los perpetradores, padecen la violación de sus derechos humanos por parte de las actuales autoridades y se ven nuevamente victimizadas al compartir sus vidas cotidianas con los asesinos de sus familiares aún impunes, y responsables de crímenes atroces. En muchos casos, viendo a los terroristas en cargos públicos, el sólo hecho de haber participado de las organizaciones terroristas debería inhabilitarlos de manera permanente para ocupar cargos de gobierno, pues la obligación primera de todo gobierno es proteger a la población civil.
Tal vez el asesinato de Rucci se transforme en un caso emblemático para lograr que todas las víctimas accedan a sus derechos humanos.


La autora es presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas.
 

DERECHOS HUMANOS, OTRA PARTE DE LA HISTORIA

Por Victoria Villarruel
Para LA NACION

Viernes 01 de agosto de 2008 | Publicado en edición impresa
 
 
Un 1° de agosto, durante la noche y mientras la gente dormía, una poderosa bomba explotó en el corazón de Barrio Norte. Dos edificios fueron el centro de la locura terrorista, que ese día eligió una zona densamente poblada para infligir el mayor daño posible a una familia y a todos aquellos que vivieran cerca.

El atentado quedó en la memoria de la sociedad con nombre propio, ya que se lo conoce como el atentado a Paula Lambruschini, por ser ella, una adolescente de 15 años, la primera víctima fatal.

Esa madrugada Paula dormía. Se había acostado pensando en el colegio y en las tareas que debía entregar durante la mañana. Margarita, una vecina de 82 años, también estaba descansando. Ricardo otro vecino, dormía. El barrio estaba en silencio. Los tres no despertaron jamás. Una bomba depositada por la organización Montoneros terminó con sus vidas, sus aspiraciones y aplastó sus derechos humanos.

Los vecinos despertaron entre escombros, con vidrios rotos en sus camas. Los gritos desgarradores y el llanto se apoderaron de esa cuadra, que supo ser tranquila y que se había convertido en un escenario de la guerra. Pacheco de Melo entre Ayacucho y Junín se llenó de humo, sangre, escombros y automóviles destruidos. Dos edificios resultaron estructuralmente inestables y debieron ser demolidos.

Hace treinta años, Paula Lambruschini dejó de ser una adolescente llena de promesas para convertirse en una víctima del terrorismo. En ese mismo instante, la acompañaron Margarita Obarrio de Vila y Ricardo Alvarez, ciudadanos inocentes como todos los que fueron agredidos por las organizaciones terroristas responsables de más de 21.600 atentados.

Ese 1° de agosto comenzó el digno y silencioso dolor de varias familias que perdieron a sus seres queridos, que sufrieron heridas o perdieron sus bienes. Esperaron que el Estado les reconociera sus derechos humanos pero, lamentablemente, a más de 30 años de estos terribles sucesos, el Estado está empeñado en mostrar sólo una porción de la historia, ignorando a quienes como Paula, Margarita, Ricardo y tantos miles más, no optaron por el camino de las armas para obtener el poder. Sin embargo, la obligación primigenia del Estado de proteger a sus ciudadanos miembros de la población civil y no combatiente, se encontraría guiada por intereses e ideologías que impiden la Justicia en la Argentina para aquellos que fueron víctimas del accionar terrorista.

En los últimos lustros, el movimiento de los derechos humanos ha evitado deliberadamente asistir y proteger a las víctimas del terrorismo. En estos años, el Estado ha dictado varias leyes de reparación y diversos beneficios para los ex combatientes de las organizaciones armadas y sus familiares. Pero lo más lamentable es que se ha reescrito la historia reciente de los argentinos y en ella no existen Paula, Margarita o Ricardo. Es un relato donde los victimarios devienen en víctimas y, como tales, gozan de la impunidad que otorga el silenciamiento obligatorio al que están destinados estos miles de argentinos y extranjeros. Parecería que la sociedad aún no reparó detenidamente en el hecho de que los terroristas, antes de ser damnificados, fueron verdugos de la sociedad civil, pues ser ex terrorista no es lo mismo que ser víctima del terrorismo, aunque les asistan los correspondientes derechos humanos para aquellos que quebrantan el orden público.

Es una historia que, ante la reapertura de una causa judicial, como la Causa Larrabure, da origen a la resolución 158/07, por la cual se ordenó a los fiscales excluir de la categoría de crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra a los asesinatos, secuestros y torturas realizados por la guerrilla. Su autor fue el procurador general de la Nación y ex ministro del Interior durante el gobierno de Cámpora, Esteban Righi, un funcionario que al menos debería haberse excusado por su participación en la firma de la generosa amnistía a los terroristas en 1973. O el fallo de la jueza Servini de Cubría sobre un dictamen del fiscal Berlanda, que sobreseyó a reconocidos combatientes montoneros, acusados de integrar la célula que puso la bomba en el comedor de la Policía Federal, donde perdieron la vida 24 argentinos y más de 60 resultaron heridos, bajo la excusa de que no fue un delito de lesa humanidad y, por ende, estaba prescripto.

Todas estas acciones de los tres poderes del Estado parecen apuntar al otorgamiento de impunidad para los culpables de aberraciones como las que se cometieron contra Paula Lambruschini, Margarita Obarrio de Vila y Ricardo Alvarez, negando lo que el Estatuto de Roma, ratificado por la Argentina, establece respecto de los delitos de lesa humanidad.
Las víctimas del terrorismo no reclaman venganza, no cortan calles ni hacen escraches, no ocupan cargos públicos, no pontifican. Sólo quieren verdad, justicia, reparación y paz, para poder vivir en un país donde la impunidad no se muestre por televisión, donde el rostro del terror no sea vocero interesado de los derechos humanos, donde quienes tienen sus manos manchadas de sangre respondan ante la sociedad por los crímenes cometidos.
A treinta años del asesinato de estos tres inocentes, la Argentina no es defensora de los derechos humanos, ni está a la vanguardia del respeto de los mismos; sólo ha trucado las armas por la acción política y judicial, que siguen impidiendo a las víctimas del terrorismo el goce de sus derechos.

La autora es abogada, presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas.

http://www.lanacion.com.ar/1035305-derechos-humanos-otra-parte-de-la-historia



UNA ESPERANZA PARA LAS VÍCTIMAS

Por Victoria Villarruel
Para LA NACION

Lunes 19 de mayo de 2008 | Publicado en edición impresa
 
En la Argentina existieron diecisiete organizaciones armadas, cuyos integrantes terminaron, en gran parte, fusionados en Montoneros o en el ERP. Ellos recurrieron a los atentados como una táctica en su lucha para obtener el poder. Fueron responsables de más de 21.655 atentados terroristas.

Durante años hemos escuchado que la acción de estas organizaciones armadas estaba justificada, ya que tenían el legítimo derecho de rebelarse contra la opresión. Sin embargo, este argumento no puede sostenerse cuando se trata de explicar el desmedido aumento de las actividades terroristas durante el gobierno constitucional del presidente Héctor J. Cámpora, que les había concedido una amplia amnistía, ni en el del mismísimo Juan Domingo Perón, por quien muchos terroristas estaban dispuestos a dar la vida.
Las víctimas de estos actos terroristas continúan sin gozar de sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la paz. El Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv) trata de subsanar esta terrible injusticia. Investiga los casos, los documenta, entrevista a las víctimas, a sus familias, recopila material de época y difunde, tanto en la Argentina como en el exterior, lo que realmente ocurrió aquí, cuando las organizaciones terroristas agredieron a toda la sociedad.

El Celtyv participa de las actividades organizadas por entidades similares de otros países, porque las víctimas del terrorismo son iguales, sean de la Argentina, España, Colombia o de cualquier parte del mundo. Es una forma de afianzar los lazos y de transmitir la experiencia argentina, poco y mal conocida en el exterior, principalmente por la única y parcial versión difundida por organizaciones relacionadas con los ex combatientes de las organizaciones armadas.

¿Por qué el título de este artículo habla de un mensaje de esperanza? Porque ésta surge de las víctimas del terrorismo internacional que, habiendo sufrido una de las experiencias más traumáticas que el ser humano puede soportar, son pruebas vivientes de que cuando la vida se encara con voluntad, con esperanza y con fortaleza, se logran cosas nunca imaginadas. A pesar de las bombas, de los secuestros y los asesinatos, el terrorismo no puede quitarles a las víctimas y a sus familias la esperanza de vivir y de acabar con ese terrible flagelo.

Aquí, en la Argentina, sin embargo, la situación de las víctimas del terrorismo es realmente complicada. Parece difícil de concretar el reconocimiento de los derechos humanos para las víctimas del terrorismo. Los derechos humanos en la Argentina son interpretados en forma tan restrictiva que sólo se aplican a los combatientes de las organizaciones terroristas. Alguien que puso bombas y asesinó a inocentes puede entablar un juicio contra el Estado, puede lograr la prisión y la condena de quienes lo reprimieron y, además, percibir una indemnización, pero sus víctimas, los ciudadanos argentinos y extranjeros que un día fueron protagonistas de un hecho que modificó irreversiblemente sus vidas, no sólo no gozan de ninguno de estos derechos, sino que están impedidos de recibir el reconocimiento moral de la sociedad.

En nuestro país, las víctimas del terrorismo son observadoras del sinsentido de las actitudes gubernamentales. Mientras que se encabezan marchas en el extranjero por Ingrid Betancourt, el Gobierno elude condenar claramente a las FARC y a los aliados políticos que tienen en nuestro país. Mientras se habla del respeto a los derechos humanos, se tolera la presencia de funcionarios públicos que en el pasado han sido combatientes de organizaciones terroristas. Mientras el Estado argentino presume de vanguardia en la lucha contra la impunidad, como lo hizo en el examen periódico universal de la ONU, las víctimas del terrorismo se encuentran en una situación de total violación a sus derechos humanos.

Todas estas acciones están acompañadas por la connivencia entre el Gobierno y los organismos de derechos humanos. Estos deberían ser organismos no gubernamentales de control de la acción política del Gobierno, y no como pareciera, entes prebendarios destinados a acompañar su gestión política y a impedir el ejercicio de los derechos humanos para las miles de víctimas del terrorismo. "Un Estado de Derecho que viola los derechos humanos pierde su condición de Estado democrático", (juez Rozansky, citado en el libro El alma de los verdugos , de Baltasar Garzón y Vicente Romero, 2007.)

El debate que plantea el Celtyv ayudará a hacer patente la presencia de quienes sufrieron la acción terrorista y a facilitarles que se expresen. También contribuirá a desalentar las prácticas terroristas.

Desde el punto de vista de las víctimas, no existen diferencias entre las que produjeron las FARC, la ETA, Montoneros o los grupos terroristas islámicos. Independientemente del papel social que cada víctima tenía, todas se levantaron como siempre un día y repentinamente su vida cambió para siempre, por la acción de personas convencidas de la legitimidad de sus actos, pero que, en definitiva, respondían a los intereses políticos de un tercero.

Damos nuestro agradecimiento a las víctimas que se animan a ofrecer su testimonio y que vencen el terror y el miedo día tras día, pues quienes han sufrido este tipo de traumas suelen protegerse del profundo dolor que soportan, al negar la realidad y sumir lo ocurrido en el olvido.

Celtyv invita a sumar esfuerzos, a participar, a comprometerse y a apoyar su tarea. Sólo con el trabajo de muchas voluntades se podrá cambiar la situación actual para tornarla más justa, lograr el reconocimiento de los derechos humanos para las víctimas del terrorismo y dar un paso hacia el futuro, para dejar este doloroso pasado atrás, y encarar un mañana mejor para todos los argentinos.
 
La autora es presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas ( info@victimasdeargentina.com ).